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la oracion

 

LA   ORACIÓN
Introducción
 
La oración es el mayor regalo con el cual Dios bendijo a Su Hijo al crearlo. 
Era ésta entonces lo que ha de llegar a ser: la única voz que el Creador y la creación comparten; el canto que el Hijo entona al Padre, Quien devuelve a Su Hijo las gra­cias que el canto Le ofrece. 
Perpetua la armonía, y perpetua también la feliz concordia del amor que eternamente se profe­san uno a otro. 
Y en esto la creación se extiende. 
Dios da gra­cias a Su extensión en Su Hijo. 
Su Hijo da gracias por su creación, en el canto de su crear en Nombre de Su Padre. 
El amor que comparten es lo que toda oración habrá de ser por toda la eternidad, cuando el tiempo termine. 
Porque así era antes de que el tiempo pareciese existir.

Para ti que te encuentras brevemente en el tiempo, la ora­ción toma la forma que mejor se ajusta a tu necesidad. 
Sólo tienes una. 
Lo que Dios creó uno debe reconocer su unidad, y alegrarse de que lo que las ilusiones parecían separar es por siempre uno en la Mente de Dios. 
La oración debe ser ahora el medio por el cual el Hijo de Dios abandona las metas e inte­reses separados, y vuelve en sagrada alegría a la verdad de la unión en su Padre y en sí mismo.
Abandona tus sueños, santo Hijo de Dios, y levantándote tal como Dios te creó, haz a un lado tus ídolos y acuérdate de Él. 
La oración te sostendrá ahora, y te bendecirá mientras ele­vas tu corazón a Él en un canto ascendente que se eleva a lo alto más y más, hasta que tanto lo alto como lo bajo hayan de­saparecido. 
La fe en tu meta crecerá y te apoyará mientras as­ciendes la radiante escalera hacia los prados del cielo y el portal de la paz. 
Este es el regalo de Dios para ti.
 
La verdadera oración
 
La oración es un camino que el Espíritu Santo ofrece para alcanzar a Dios. 
No es sólo una pregunta o una súplica. 
No puede tener éxito hasta que te des cuenta de que no pide nada. 
¿De qué otra forma podría cumplir su propósito? 
Es imposi­ble orar pidiendo ídolos y tener esperanzas de alcanzar a Dios. 
La verdadera oración debe evitar la trampa de la súplica. 
Pide, en su lugar, recibir lo que ya se ha dado; aceptar lo que ya está ahí.

Se te ha dicho que le pidas al Espíritu Santo la respuesta a cualquier problema específico, y que recibirás una respuesta específica si esa es tu necesidad. 
También se te ha dicho que hay un solo problema y una sola respuesta. 
En la oración, esto no es contradictorio. 
Aquí hay decisiones que tomar, y tienen que tomarse sean o no ilusiones. 
No se te puede pedir que aceptes respuestas que se encuentran más allá del nivel de ne­cesidad que puedes reconocer. 

No puedes, por lo tanto, pedir el eco. 
Es la canción la que constituye el regalo. 
Con ella vienen los sobreagudos, las ar­monías, los ecos, pero estos son secundarios. 
En la verdadera oración sólo escuchas el canto. 
Todo lo demás es simplemen­te agregado. 
Has buscado primero el Reino de los Cielos, y ciertamente, todo lo demás se te ha dado por añadidura.

El secreto de la verdadera oración es olvidar las cosas que crees necesitar. 
Pedir lo específico es muy similar a reconocer el pecado y luego perdonarlo. 
De la misma manera, también en la oración pasas por encima de tus necesidades específicas tal como tú las ves, y las abandonas en Manos de Dios. 
Allí se convierten en tus regalos para Él, pues Le dicen que no antepondrías otros dioses a ÉI; ningún Amor que no sea el Suyo. 
¿Cuál otra podría ser Su Respuesta sino tu recuerdo de Él? 

Orar es hacerse a un lado; es abandonarse, es un sereno instante para escuchar y amar. 
No debe confundirse con sú­plica alguna, porque es una manera de recordar tu santidad. 
¿Por qué debería suplicar la santidad, si tiene pleno derecho a todo lo que el amor puede ofrecer? 
Y es al Amor adonde vas en la oración. 
La oración es una ofrenda; es renunciar a ti mismo para ser uno con el Amor. 
No hay nada que pedir por­que no queda nada que desear. 
Esa nada se convierte en el al­tar de Dios. 
Desaparece en Él.

Este no es un nivel de oración que todo el mundo puede alcanzar por ahora. 
Aquellos que no lo han alcanzado aún necesitan tu ayuda en la oración, porque su pedir no se basa todavía en la aceptación. 
La ayuda en la oración no significa que otro media entre Dios y tú. 
Pero sí significa que otro está a tu lado y te ayuda a elevarte hacia Él. 
Quien se ha dado cuenta de la bondad de Dios, ora sin temor. 
Y quien ora sin temor no puede sino llegar a Él. 
Por lo tanto, también Él pue­de llegar hasta Su Hijo, donde quiera que éste se encuentre y cualquiera que sea la forma que parezca tomar.
 
Orar a Cristo en cualquiera es verdadera oración, porque constituye un regalo de agradecimiento a Su Padre. 
Pedir que Cristo no sea sino Él Mismo no es una súplica. 
Es un canto de acción de gracias por lo que eres. 
En esto radica el poder de la oración. 
No pide nada y lo recibe todo. 
Esta oración puede ser compartida porque recibe por todos. 
0rar con alguien que sabe que esto es verdad es haber recibido respuesta. 
Tal vez la forma específica de resolución de un problema específico ocu­rrirá a uno de los dos; no importa cuál. 
Tal vez alcance a am­bos, si los dos están genuinamente armonizados el uno con el otro. 
Vendrá porque se han dado cuenta de que Cristo está en los dos. 
Esa es su única verdad.
II. La escalera de la oración
 
La oración no tiene comienzo ni final. 
Es una parte de la vida. 
Pero sí cambia de forma, y crece con el aprendizaje has­ta que alcanza su estado informe, y se fusiona en total comu­nicación con Dios. 
En su forma de petición no necesita acudir a Dios y con frecuencia no lo hace, y ni siquiera implica creencia alguna en Él. 
En estos niveles la oración es un sim­ple desear, el cual surge de una sensación de escasez y caren­cia.

Estas formas de oración, de pedir-desde-la-necesidad, siempre implican sentimientos de ser débil y limitado, y ja­más podrían ser realizadas por un Hijo de Dios que sepa Quién es. 
Nadie, pues, que esté seguro de su Identidad po­dría orar en estas formas. 
Pero no es menos cierto que nadie que no tenga certeza sobre su Identidad puede evitar orar de esta manera. 
Y la oración es tan continua como la vida. 
Todo el mundo ora sin cesar. 

También es posible alcanzar una forma más elevada de pedir-desde-la-necesidad, puesto que en este mundo la ora­ción es reparativa, y por lo tanto debe establecer niveles de aprendizaje. 
Aquí, la petición puede ser dirigida a Dios con creencia sincera, aunque aún sin comprensión. 
Un vago y usualmente inestable sentido de identificación se ha alcanza­do generalmente, pero tiende a opacarlo un sentimiento de pecado de profundo arraigo. 
Es posible en este nivel conti­nuar pidiendo cosas de este mundo en varias formas, y tam­bién es posible pedir regalos como la honestidad o la bondad, y particularmente el perdón de las muchas fuentes de culpa que inevitablemente yacen bajo cualquier oración de necesidad. 
Sin culpa no existe escasez. 6Los que no han pecado no tienen necesidades.

En este nivel viene también la curiosa contradicción de términos conocida como "orar por nuestros enemigos". 
La contradicción no se encuentra en las palabras mismas, sino más bien en la manera como usualmente se interpretan. 
Mientras creas que tienes enemigos, has limitado la oración a las leyes del mundo, y también has limitado tu habilidad de recibir y aceptar a los mismos estrechos márgenes. 
Y aun así, si tienes enemigos tienes necesidad de oración, y una muy grande por cierto. 
¿Qué significa la frase realmente? 
0ra por ti mismo, para que no busques aprisionar a Cristo y de esa ma­nera pierdas el reconocimiento de tu propia Identidad. 
No le seas traidor a nadie, o te traicionarás a ti mismo.

Un enemigo es el símbolo de un Cristo prisionero. 
Y ¿quién podría ser Él sino tú mismo? 
La oración por los ene­migos se convierte así en una oración por tu propia libertad. 
Ahora ya no es más una contradicción de términos. 
Se ha convertido en una declaración de la unidad de Cristo y el reco­nocimiento de Su impecabilidad. 
Y ahora se ha tornado san­ta, puesto que reconoce al Hijo de Dios como fue creado.

Que nunca se olvide que la oración en cualquier nivel es siempre por ti mismo. 
Si te unes a cualquiera en oración, lo haces parte de ti. 
El enemigo eres tú, lo mismo que el Cristo. 
Antes de que pueda tornase santa, pues, la oración se vuelve una decisión. 
Tú no decides por otro. 
 
La oración es una escalera que llega hasta el Cielo. 
Hay en la cima una transformación muy parecida a la tuya, puesto que la oración es parte de ti. 
Las cosas de la tierra se dejan atrás, ninguna se recuerda. 
No se pide, puesto que nada falta. 
La Identidad en Cristo se reconoce plenamente y se establece por siempre, incorruptible y más allá de todo cambio. 
La luz ya no titila más, y nunca más se apagará. 
Ahora, sin necesida­des de ninguna clase, y revestida por siempre de la impecabili­dad que es el regalo de Dios para ti, Su Hijo, la oración puede convertirse otra vez en lo que siempre estuvo destinada a ser. 
Puesto que ahora se eleva como una canción de acción de gracias a tu Creador, cantada sin palabras, o pensamientos, o vanos deseos, sin necesidad de nada en absoluto ahora. 
Así se extiende, como estaba destinada a hacerlo. 
Y por este regalo Dios Mismo da las gracias.

Dios es la meta de toda oración, y le da eternidad en vez de fin. 
Tampoco tiene comienzo, pues la meta no ha cam­biado jamás. 
La oración en sus formas más tempranas es una ilusión, puesto que no hay necesidad de escalera algu­na para alcanzar lo que uno nunca ha abandonado. Pero el orar es parte del perdón mientras éste, en sí mismo una ilu­sión, continúa sin lograrse. 
La oración se encuentra unida al aprendizaje hasta que el objetivo del aprendizaje se ha alcanzado. 
Y entonces todas las cosas serán transformadas al unísono, y regresarán sin mancha a la Mente de Dios. 
Por encontrarse más allá del aprendizaje, este estado no se puede describir. 
Las etapas necesarias para su obtención, sin embargo, necesitan ser comprendidas, si la paz ha de ser restaurada en el Hijo de Dios, quien vive ahora en la ilu­sión de la muerte y el temor de Dios.
 
Orar por otros
 
Dijimos que la oración es siempre por ti, y así es. 
¿Por qué, entonces, deberías orar por otros en absoluto? 
Y si debie­ras, ¿cómo hacerlo? 
Orar por otros, si se entiende correcta­mente, se convierte en una manera de retirar las proyecciones de culpa que has puesto sobre tu hermano, y te capacita para reconocer que no es él quien te está haciendo daño. 
Se debe renunciar al pensamiento venenoso de que él es tu enemigo, tu malvada contraparte, tu némesis, antes de que puedas ser salvado de la culpa. 
Para esto el medio es la oración, de poder creciente y metas ascendentes, hasta que llega a alcanzar in­cluso a Dios.

Las formas tempranas de oración, en la base de la escalera, no se hallarán libres de envidia y malicia. 
Piden venganza, no amor. 
Tampoco provienen de alguien que entiende que se trata de peticiones de muerte, fabricadas con miedo por aque­llos que atesoran la culpa. 
Invocan a un dios vengativo, y es él quien parece contestarles. 
No se puede pedir el infierno para otro, y después escapar de él quien lo pidió. 
Sólo quienes es­tán en el infierno pueden pedir el infierno. 
Quienes han sido perdonados, y han aceptado su perdón, nunca podrían orar de tal manera.

En estos niveles, pues, la meta del aprendizaje tiene que ser el reconocimiento de que la oración traerá una respuesta únicamente en la forma en que se hizo la oración. 
Esto es su­ficiente. 
Desde aquí será fácil dar el paso a los siguientes nive­les. 
El próximo ascenso se inicia con esto:
           Lo que he pedido para mi hermano no es lo que yo quisiera.
           De esta manera lo he convertido en mi enemigo.

Es evidente que este paso no puede ser alcanzado por alguien que no vea la liberación de otros como algo ventajoso y de va­lor para sí mismo. 
Esto puede tardarse largo tiempo, porque puede parecer peligroso en lugar de compasivo. 
Para los cul­pables parece verdaderamente ventajoso tener enemigos, y se debe abandonar esta ganancia imaginaria, si se ha de liberar a los enemigos.
Se debe renunciar a la culpa, no esconderla. 
Tampoco pue­de hacerse esto sin cierto dolor, y un asomo de la naturaleza mi­sericordiosa de este paso puede ser seguido durante algún tiempo por un profundo retroceso hacia el miedo. 
Pues las defensas del temor son temibles en sí mismas, y cuando se les reconoce, traen consigo su propio miedo. 
Pero ¿qué ventaja ha traído nunca a un prisionero la ilusión del escape? 
SU escape real de la culpa sólo puede provenir del reconocimiento de que la culpa se ha ido. 
¿Y cómo puede reconocerse esto mientras la esconda en otro, y no la vea como suya? 
EI miedo al escape hace difícil dar la bien­venida a la libertad, y convertir a un enemigo en carcelero apa­renta ser seguridad. 
¿Cómo, entonces, puede él ser liberado sin un miedo demente de ti mismo? 
Has hecho de él tu salvación y escape de la culpa. 
Tu inversión en este escape es grande, y fuerte tu miedo de soltarla.
Aquiétate un instante, ahora, y piensa en lo que has hecho. 
No olvides que fuiste tú quien lo hizo, y quien puede por lo tanto soltado. 
Extiende tu mano. 
Este enemigo ha venido a bendecirte. 
Recibe su bendición, y siente cómo tu corazón se eleva y se libera tu miedo. 
No te aferres al miedo, ni a él. 
Él es un Hijo de Dios, junto contigo. 
No es un carcelero, sino un mensajero de Cristo. 
Se esto para él, para que puedas verlo así.

No es fácil darse cuenta de que las oraciones que piden cosas, posición social, amor humano, "regalos" externos de alguna clase, se realizan siempre para establecer carceleros y esconderse de la culpa. 
Estas cosas se usan como metas para sustituir a Dios, y por lo tanto distorsionan el propósi­to de la oración. 
El deseo de ellas es la oración. 
Uno no ne­cesita pedir explícitamente. 
La meta de Dios se pierde en la búsqueda de metas menores de cualquier clase, y la ora­ción se convierte en pedir enemigos. 
El poder de la oración puede ser reconocido con gran claridad incluso en esto. 
Nadie que desee un enemigo dejará de encontrarlo. 
Pero con igual seguridad perderá la única meta verdadera que se le ofrece. Piensa en el costo, y compréndelo bien. 
Todas las demás metas son al costo de Dios.
 
Orar con otros
 
Hasta que por lo menos comienza el segundo nivel, uno no puede compartir en oración. 
Puesto que hasta que no se llega a ese punto, cada uno tiene que pedir cosas diferentes. 
Pero una vez que la necesidad de conservar al otro como ene­migo se ha cuestionado, y la razón para hacerla se ha recono­cido aunque sea por un instante, se hace posible unirse en oración. 
Los enemigos no comparten una meta. 
Es en esto en lo que se conserva su enemistad. 
Sus deseos separados son sus arsenales; sus fortalezas en el odio. 
La clave para elevarse aun más en oración radica en este sencillo pensamiento; este cambio de mentalidad:
                      Vamos juntos, tú y yo.
 
Ahora es posible ayudar en la oración, y de esta manera elevarte tú mismo. 
Este paso inicia un ascenso más rápido, pero quedan aún muchas lecciones por aprender. 
El camino se abre, y la esperanza está justificada. 
Aun así es posible al comienzo que lo que piden incluso aquellos que se unen en oración no sea la meta que la oración debería buscar en reali­dad. 
Incluso juntos pueden pedir cosas, y establecer así tan solo una ilusión de que comparten una meta. 
Pueden pedir cosas específicas, sin darse cuenta de que están pidiendo efec­tos sin la causa. 
Y esto no se puede lograr. 
Pues nadie puede recibir tan solo efectos, pidiéndole a una causa de la que no provienen que se los ofrezca.

Aun la unión, entonces, no es suficiente, si aquellos que oran juntos no preguntan, ante todo, cuál es la Voluntad de Dios. 
Sólo de esta Causa puede provenir la respuesta en la que todo lo específico se satisface; todos los deseos separados se unifican. 
La oración por cosas específicas siempre pide que el pasado se repita de alguna manera. 
Lo que antes se disfru­taba, o parecía ser; lo que era de otro y parecía amarlo, todas estas son sólo ilusiones del pasado. 
El objetivo de la oración es liberar el presente de sus cadenas de pasadas ilusiones; dejando ser un remedio libremente elegido a partir de cada opción que representaba un error. 
Lo que la oración puede ofrecer ahora excede de tal manera todo lo que pedías antes que resulta la­mentable que te contentes con menos.

Has elegido una oportunidad recién nacida cada vez que oras. 
¿Y la sofocarías y encarcelarías en antiguas prisiones, cuan­do ha llegado la oportunidad de librarte de todas a la vez? 
No restrinjas tu pedir. 
La oración puede traer la paz de Dios. 
¿Qué cosa ligada al tiempo puede darte más que esto, durante el pe­queño lapso que dura hasta que se desmorona en polvo?

La escalera termina
 
La oración es un camino hacia la verdadera humildad. 
Y aquí de nuevo se eleva lentamente, y crece en fuerza y amor y santidad. 
Permítele tan solo que abandone el suelo desde el que empieza a elevarse hacia Dios, y la verdadera humildad vendrá por fin a agraciar la mente que pensó que estaba sola y se enfrentaba al mundo. 
La humildad trae paz porque no exi­ge que tú debas regir el universo, ni juzga todas las cosas como quisieras que fuesen. 
Alegremente hace a un lado a todos los pequeños dioses, no con resentimiento, sino con honestidad y reconocimiento de que no sirven.

Las ilusiones y la humildad tienen metas tan alejadas que no pueden coexistir, ni compartir una morada donde pudie­ran encontrarse. 
Donde ha llegado una, la otra desaparece. 
Los verdaderamente humildes no tienen más meta que Dios porque no necesitan ídolo alguno, y la defensa ya no tiene un propósito. 
Los enemigos son inútiles ahora, pues la humildad no se opone a nada. 
No se oculta avergonzada porque está contenta con lo que es, a sabiendas de que la creación es la Vo­luntad de Dios. 
Su generosidad es Ser, y esto es lo que ve en cada encuentro, en el que se une alegremente con cada Hijo de Dios, cuya pureza reconoce que comparte con él.

Ahora la oración se eleva del mundo de las cosas, de los cuerpos, y de los dioses de toda clase, y puedes descansar en santidad al fin. 
La humildad ha venido a enseñarte cómo en­tender tu gloria como Hijo de Dios, y reconocer la arrogancia del pecado. 
Un sueño te ha velado la faz de Cristo. 
Ahora puedes contemplar Su impecabilidad. 
Alto se ha elevado la escalera. 
Has llegado casi hasta el Cielo. 
Hay poco más que aprender antes de completar el viaje. 
Ahora puedes decir a todo aquel que venga a unirse en oración contigo:
                    
No puedo ir sin ti, pues eres parte de mí.
 

Y así lo es en verdad. 
Ahora puedes orar sólo por lo que ver­daderamente compartes con él. 
Pues has comprendido que jamás se fue, y que tú, que parecías solo, eres uno con él.
La escalera termina con esto, puesto que el aprendizaje ya no se necesita. 
Ahora estás ante el portal del Cielo, y tu her­mano se encuentra allí al lado tuyo. Los prados son profun­dos y tranquilos, pues aquí el lugar señalado para el momento en que vinieras tú te ha esperado largo tiempo. 
Aquí termina­rá el tiempo para siempre. 
En este portal la misma eternidad se unirá a ti. 
La oración se ha convertido en lo que siempre es­tuvo destinada a ser, porque has reconocido el Cristo en ti.
Tomado de El Canto de la Oracion
UCDM


Sólo puedes escoger por ti mismo. 
Ora verdaderamente por tus enemigos, puesto que aquí radica tu salvación. 
Perdónalos por tus pecados, y serás realmente perdonado.
Pide y has recibido, puesto que has es­tablecido lo que quieres.
¿Puede esto cambiarse por un trivial consejo acerca de un problema de un instante de duración? 
Dios responde única­mente por la eternidad. 
Pero aun así todas las pequeñas respuestas están contenidas en ésta.
Por lo tanto, no es la forma de la pregunta lo que importa, ni tampoco la manera como se for­mula. 
La forma de la respuesta, si es dada por Dios, se ajusta­rá a tu necesidad tal como tú la ves. 
Esto es simplemente un eco de la respuesta de Su Voz. 
El verdadero sonido es siempre un canto de acción de gracias y de amor.
 
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