aceptación

He llegado a la conclusión que la esencia de toda práctica espiritual real es la aceptación del Yo—aceptación de la verdad de Quien somos como extensiones gloriosas e íntegras de Dios y la voluntad de aceptarnos a pesar del egoísmo, mentiras y juegos. Esta característica única genera una matriz entrelazada en la cu
Salvo que podamos extender la aceptación e incluso la apreciación a aquello que rechazamos, estaremos fortaleciendo al ego perpetuando la creencia que hay algo en nosotros que es inaceptable.
Recientemente me he encontrado contra la ‘pared’ en mi voluntad de elegir de nuevo. Esta ‘pared’ apareció poco después de haber fortalecido mi compromiso de vivir más plena y profundamente desde mi esencia Divina. Parecía que si daba un paso más cerca de la luz el ego me golpeaba. A menudo sucede que cuando hacemos un salto en nuestra práctica espiritual poco después surge con fuerza la sensación de separación, culpa y falta de merecimiento que es la marca del ego, con un fuerte deseo de proyectarlo sobre otros y en el mundo.
Aunque sabía muy bien que nada estaba pasando fuera de mi propia mente, estaba experimentando lo que el Curso llama la mente dividida—una parte que quería soltarlo todo y ubicarme en la verdad de quien soy y la otra parte que gritaba con resentimientos, juicios, abandono e ira ‘justificada’. Rezaba pidiendo una mejor manera de proceder.
Mis oraciones se respondieron con el sencillo recordatorio que fuese más honesta y más compasiva conmigo misma. Primero tenía que darme cuenta que en ese momento yo no quería sentir paz—en algún nivel quería conflicto interior. Admitiéndolo, tuve que hacer una elección en mi respuesta. Vi que podía responder desde el ego y usar mi falta de voluntad de cambiar para confirmar la creencia de que no soy lo suficientemente buena y que soy un fracaso en la práctica espiritual; o podría simplemente sonreír y aceptar el estado mental que había elegido y salir del juicio de mí misma por tiempo suficiente para permitir que el Espíritu Santo me ayude a darme cuenta que nada de esto tiene importancia.
Elegí lo segundo. No obstante el miedo que sentí que aceptarme en el estado de ego significaría que nunca me saldría de él, los juicios y el dolor comenzaron a desvanecerse con gracia. Verdaderamente sentí que “No tengo que hacer nada” frente a un ataque del ego. El practicar un nivel mayor de aceptación incondicional me ha llevado a una relajación y un conocimiento más profundo que no hay nada terrible en mí del que debo escaparme u ocultarme.
Trata hoy, pues, de comenzar a aprender a mirar
a todas las cosas con amor,
con aprecio y con una mentalidad abierta.
LE-pI.29.3:1
Muchas veces nos olvidamos de extender esto a nosotros mismos cuando más lo necesitamos – cuando estamos bailando con el ego. Los desafío a que dejen de escaparse de sus propios temores internos. Pídanle al Espíritu Santo que les ayude a enfrentar sus creencias en su propia culpa y falta de valía—desafiar a esa voz que les dice que no son aceptables tal y como son. Pidan Su gracia para que les permita aquietarse y extender aceptación y aun gratitud por lo que ven, y por las circunstancias en su vida donde se ponen en juego estas creencias.
Sanar nuestras adicciones a la culpa y separación es la razón por la cual estamos aquí, así que inténtenlo. Sanamos cuando el juicio se retira y comenzamos a ver a través de la visión del perdón—la visión de Cristo. ¿Cómo miraría Cristo aquello que sientes que es tu secreto más oscuro? ¿Te condenaría y te abandonaría por tener pesadillas? ¿Dejaría de amarte debido a tu lucha? Claro que no. La pregunta es ¿lo harías tú?
Miranda Holden